Cuando a ciertas edades no es bueno hacer según que cosas...

jueves, 10 de enero de 2013

EL SER Y EL ESTAR


Percibo en vosotros, querido público, una cierta confusión catecumenal acerca del significado último de esta revolución espiritual y moral que hemos convenido en denominar la Supermorsa. Ante esta problemática me veo en la obligación, no como líder intelectual del movimiento, lo que sería una contradicción en los términos dada la querencia fundamentalmente irracional que nos anima, sino como humilde acólito y fiel practicante, de contribuir en la medida de mis escasas fuerzas a aclarar algunos conceptos básicos. Puede que penséis que algo o alguien guarda en sí la posibilidad de ser Supermorsa o no la alberga, pero os equivocáis completa y lamentablemente corderos míos. Reducir la Supermorsa al mero nivel ontológico, de existencia o inexistencia, de presencia o ausencia, es mutilar imperdonablemente el vigor, alcance y magnitud de la idea que subyace al supermorsismo. La Supermorsa es lo que verdaderamente es, todos los otros objetos que conforman el universo son contingentes, simples emanaciones de la Supermorsa como verdad última. Tiempo, espacio y materia, como percepciones básicas del ser humano, como substancias primarias constructoras del mundo, han de ser concebidos por tanto, a la luz de este nuevo prisma, como los tres santos bigotes de la Supermorsa, pilares de la existencia y conformadores de lo cognoscible. En el otro lado la Supermorsa tiene otros tres bigotes, igualmente sacros, a saber: luz, alma y el bigote de la Mahou, que es el que los une a todos, inseparablemente, en su dorada pureza líquida. El colmillo derecho de la Supermorsarepresenta lo uno, lo indivisible, la inviolable unidad de la esfera, pura, perfecta e íntegra, en ocasiones es representado como una baqueta antes de ser estrenada. El colmillo izquierdo se refiere al poder de lo binario, al dos, a la pareja, al yin y al yan, a lo caótico de lo dual, se le ha visto representado como dos baquetas después de pasar por el Hacedor de Astillas. Ambos colmillos, son la Santa Dentadura y ordenan el mundo en su derredor. Hasta aquí el concepto general de Supermorsa. En lo particular, la Supermorsa corresponde asimismo a un estado íntimo, mental, espiritual y en ocasiones estomacal, que reside de forma permanente en todos y cada uno de nosotros y que puede manifestarse o no dependiendo de múltiples circunstancias. Así, lo propio es más bien decir que uno “está Supermorsa” porque ser Supermorsa lo somos todos. De este modo, afirmar de alguien que “es Supermorsa”, en el fondo y en la forma, no es más que una aseveración tautológica semejante a enunciar, señalando a un árbol, que ese objeto es un árbol o decir de este otro que es la barra de un bar mientras se la muestra. Son afirmaciones carentes de sentido por evidentes, no informan de manera efectiva sobre el estado del mundo, a no ser que esté ya muy anochecido y no se sepa dónde pedir las santas libaciones. Entonces sí, conviene que alguien te indique en qué dirección se encuentra la barra, o el árbol, donde deslibar las dichas libaciones. La Supermorsa, por otra parte, puede aparecer bajo las más diversas formas y es sensible a una enorme cantidad de estímulos que pueden desencadenarla. El alcohol, ingerido en cantidades industriales, es sin duda un poderoso catalizador de la Supermorsa pero hay muchos otros como la anestesia quirúrgica, la siesta o Telecinco. La Supermorsa, por tanto, se aleja completamente de intelectualismos vacíos y se resiste a ser constreñida en conceptualizaciones precisas. La Supermorsa se siente. Se siente venir. Uno va sabiendo que se pone Supermorsa. La Supermorsa le entra a uno por no se sabe dónde y crece en el alma de forma sutil y constante. Y una vez que se alcanza dicho estado, si se abandona uno a la Supermorsa, sobreviene súbitamente una iluminación. Luego se te olvida, porque nada dura, porque todo fluye en la Supermorsa, y así hasta la siguiente ocasión. De ahí que las personas persigan de forma constante a la Supermorsa sin llegar a aprehenderla nunca por completo. La Supermorsa se resiste a ser poseída, no por recato, nada hay más lujurioso que la Supermorsa, sino porque en el fondo es una romántica y sólo desea amor verdadero. Hacen falta años de práctica para llegar a estar siquiera sutilmente supermorsizado y hay algunos desgraciados que nunca llegan a estar en Su pinnípeda gloria. Puede verse, por tanto, que la Supermorsa es mucho más que lo que aparece en la mera superficie de su culto. La Supermorsa, y hay abundante evidencia gráfica que así lo atestigua, tiene la potestad de manifestarse incluso si uno mismo no es consciente de que es su poder el que está actuando. Cualquier estado que antes fuese definido como de generalizada confusión mental y moral, de abandono, flojedad o desgana, de mística elevación, de bendito ensimismamiento espiritual, no lo era más que por ignorancia de la Supermorsa. Ésta sólo espera a ser rescatada en el alma de cada individuo, detrás de cada cosa, regulando cada concordancia entre los objetos. Hace falta una cierta disposición del ánimo para reconocer su absoluta potencia pero, una vez hecho esto, no cabe sino dejarse penetrar irremediablemente por su infinita gloria. La Supermorsa lo es todo. Es por eso que sus sacerdotes visten de negro, en señal de respeto y sumisión y porque además estiliza mucho.

Todo lo anterior se resume en un solo mandamiento dividido en dos preceptos fundamentales. El requerimiento del que, arrebatado por tanta hondura, se pregunta por el origen o naturaleza de las cosas, y la sagrada contestación, verdadero mantra de nuestro movimiento y frase sacra por antonomasia que trasciende infinitamente las propias palabras, sonidos meramente físicos, con los que es enunciada:

Pregunta: ¿Pero ehto qué eh lo que eh? Respuesta: Esto es la Supermorsa.

Amén

No hay comentarios:

Publicar un comentario